Las Desviaciones de Salomón

por Cristián Chirinos.

Publicada originalmente en la revista La Sana Doctrina Nº130 en 1980, republicado en La Sana Doctrina nº239 de 1999

La historia de Salomón nos confirma lo que dijo Jeremías, cap. 17, ver. 9-10: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová…” No digo que Salomón era un hipócrita, pero sólo Dios conocía las pasiones que estaban anidadas en su corazón, como en un volcán, el cual llegado el tiempo de erupción vomita toda lava que tiene en sus entrañas, así es el corazón humano.

Las desviaciones de Salomón declaran las inclinaciones de su alma: su matrimonio con la hija de Faraón denota su inclinación a las mujeres extranjeras (1 Rey. 3:1); sus muchas mujeres denotan su inclinación a la lujuria (1 Rey. 11:1.3); el libro de Eclesiastés denota su inclinación a los placeres y a las extravagancias; y en fin, todas las cosas permitidas en su vida, en contra de la Palabra de Dios, denotan su inclinación a las licencias (Dt. 17:14-20).

Nunca pensaríamos que aquel joven que empezó con tanta humildad se alejare tanto de Dios.

De todo esto llegamos a algunas conclusiones:

1. Un buen principio no garantiza un buen final.

Salomón empezó pidiendo sabiduría y terminó mal por falta de sabiduría (1 Rey. 3:9). Empezó con mucha humildad y terminó con mucha vanidad (Eclesiastés). Empezó amando a Dios y terminó amando muchas mujeres (1 Rey. 3:3; 11:1). Empezó construyendo el templo de Dios y terminó edificando altares a cada uno de los ídolos de sus mujeres (1 Rey. 11:7-8).

En él no se cumplió su propio dicho: “Mejor es el fin del negocio que su principio” (Ec. 7:8). La lucha del cristiano contra las fuerzas del mal es una que hay que luchar todos los días. Es necesario estar vestido siempre con toda la armadura de Dios para vencer y poder decir como Pablo: “He peleado la buena batalla.., por lo demás me está guardada la corona de justicia» (2 Tim. 4:7-6).

Tengamos en cuenta que si nosotros cedemos, el diablo nunca va a ceder, por tanto no podemos darle tregua.

2. Los Dones no Garantizan la Santidad.

Salomón tuvo muchos dones, sobre todo, el don preciado de la sabiduría; fue autor de varios libros como: Proverbios, Eclesiastés y El Cantar de los Cantares; fue autor de varios salmos; fue poeta: le cantó a la naturaleza, al amor y a la vida, todos sus escritos están impregnados de una sabiduría indescriptible.

Podemos decir que Salomón tuvo una lengua lírica y una cabeza de oro. Pero la Escritura no dice: “¡Cuán hermosa es la lengua, o la cabeza del que trae alegres nuevas”, sino: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas … (Is. 52:7), dando a entender que lo que se dice con los labios debe estar apoyado con lo que se vive. Lejos estuvo Salomón de vivir lo que enseñó. Debemos cuidarnos de la “cefalítis teológica”.

3. Los Años no Garantizan la Rectitud.

Fue hacia los últimos años de su vida cuando Salomón hizo las peores locuras, cuando sus mujeres inclinaron su corazón a la idolatría (1 Rey. 11:4). También se dice de Asa que en su vejez “enfermó gravemente de los pies” (2 Cr. 15:12). Alguien ha dicho que: “No hay necio más necio que el necio viejo”.

Salomón empezó a declinar en la madurez de sus años, cuando no sólo su carne era débil sino su corazón también. A veces en la vejez se desean y se practican cosas que no se hicieron en la juventud. Salomón deslizó cuando ya había adquirido fama y sabiduría, como dice el viejo refrán: “Cría fama y acuéstate a dormir”; él mismo había dicho: “Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de la justicia” (Prov. 16:31), pero las canas de Salomón no estaban emblanquecidas por la justicia, eran blancas por los años pero no por la pureza, estaban manchadas por la sensualidad.

¡Cómo se ha ennegrecido el oro! ¡Cómo el buen oro ha perdido su brillo! (Lam. 4:1). Salomón es el caso típico de uno que ha perdido su primer amor. Gracias al Señor por aquellos de quienes se dice: “Aún en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes” (Sal. 92:14).

4. Los Privilegios no Garantizan la Responsabilidad.

Salomón tuvo muchos privilegios: Antes de nacer se le puso nombre, se le designó sucesor de David, se le escogió para edificar el Templo, se le profetizó que su reino sería de paz y duradero (1 Cr. 22:9-10). No hubo otro rey de tanta fama como él.

¡Cuántos privilegios que han debido hacerle responsable ante Aquel que le había dado tanto honor! Pero su corazón se llenó de orgullo; ha debido recordar la cantera de donde fue sacado: de un matrimonio adúltero, pero fue como aquellos que se olvidan de la purificación de sus antiguos pecados. “Antes de la caída, la altivez de espíritu” (Prov. 16:18).

“¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Cor. 4:7).

5. El Poder no Garantiza el Dominio Propio.

No hubo rey en Israel que dominara sobre tanta extensión como Salomón: desde el Éufrates hasta el río de Egipto; los pueblos se le rendían sin necesidad de armas; gobernó sobre nacionales y extranjeros con vara de hierro. Pero no pudo dominar sus propias pasiones.

Le pidió a Dios sabiduría para gobernar su pueblo. Pero no le pidió sabiduría para gobernarse él mismo. La carne no se doblega con el sable ni con el cetro sino con la Palabra de Dios, pero aquí fue donde Salomón falló: él ha debido guardar una copia de la Ley y leer en ella todos los días (Dt. 17:14-20); seguramente la guardó en el Palacio Real, pero no la guardó en su corazón. Porque precisamente todas aquellas cosas que la ley prohibía fueron las que hizo en abundancia: “No aumentará para sí caballos… no tomará para sí muchas mujeres.., ni plata ni oro aumentará para sí en abundancia”.

Fue como el hombre que miró en un espejo su rostro natural y se olvidó qué tal era. ¡Gracias a Dios por Uno que es mayor que Salomón! quien es “el Autor y Consumador de nuestra fe” (Heb. 12:23). Pongamos nuestra mirada y toda nuestra confianza en él.

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